lunes, 23 de octubre de 2017

El vestido negro.

Y la luz se fue extinguiendo, poco a poco, lentamente. Mientras las sombras se iban acomodando en un piso cada vez más ensombrecido, sombras que iban peleando su lugar con cada centímetro que iban creciendo, hasta quedar unas pegadas con otras. Mientras la noche, elegantemente vestida en su eterno vestido negro, marchaba poco a poco, orgullosa, por esas calles que pintaban encajes entre su manto, con esas incandescencia provocada por los miles de candiles que iban despertando, como honrando a tan distinguida presencia.

A lo lejos, donde el cielo nace para unos y se termina para otros, se asoma un pálido astro, naciendo poco a poco, como consiente de que solo unas horas va a estar presente, por lo que no tiene prisa en salir. La noche lo recibe, abrazándolo con su manto, dándole el fondo necesario para resaltar el modesto brillar que lo distingue, un astro acompañado de constelaciones, que como fieles guardianes, siempre están a su lado.

Su lento, pero continuo camino, sirve para despertar Musas que estaban durmiendo, y que ahora inquietas, han provocado el nacimiento de cientos de poetas, muchos de ellos solo viven el tiempo que les dura su pena.

La noche sigue, escondiendo pasiones, provocando pecados, dejando muchas veces, muertes por su paso.


Las horas pasan, y como a todos en su momento nos sucederá, es tiempo de que la noche se extinga. Se despide de ese astro al que muchos se refieren como La Luna, pero que para la noche es solo un adorno más, de un elegante vestido negro, del que tiene la suerte de estrenar uno nuevo... Cada vez que pensamos que se ha terminado el día.





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